17.MAY Viernes, 2024
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Opinión

Wimbledon hervía de tenis. Andy Murray buscó con fuerza el revés de Roger Federer, la pelota tomó altura como un conejo escapando de un sombrero y el mago suizo devolvió a la carrera, al influjo de su muñeca prodigiosa. Fue un tiro de videojuego, una de esas delicatessen que ‘Su Majestad’ sigue ofreciendo a los 33 años para levantar al planeta tenis de su butaca. Nadie espera que Roger sea infalible, aunque a veces se esfuerza por parecerlo. La perfección es imposible incluso para los deportistas inmortales como él. Por eso, Rafael Nadal le ha ganado 23 de 33 partidos y nueve de once en Grand Slam, una estadística que va más allá de lo tenístico y que se instala en terrenos del subconsciente. Superado en la batalla mental por su incansable rival, el helvético cedía después, en el combate cuerpo a cuerpo. Nada que hacer: los mejores no siempre pueden ser los mejores. ¿Entenderán esto los críticos que despedazaron a Lionel Messi por el fracaso en la Copa América?

Imaginemos que Federer hubiera nacido en Argentina. Seguro que esa debilidad ante Nadal habría sido estigmatizada por un sector de la prensa y de los hinchas. Le habrían dicho pecho frío, como a Messi. Por no correr, por quedarse parado, por no estar tan preparado para sufrir como el español. Su relación con la Copa Davis también habría sido marcada con plumón negro. Más de uno habría puesto en duda su amor a la camiseta nacional. Federer casi siempre escogió qué eliminatorias jugar y varias veces se bajó del equipo (2010, 2013 y 2015) al priorizar su participación en el circuito. Si hubiera nacido en Argentina, pocos habrían valorado que apareció siempre que se le necesitó en los repechajes del Grupo Mundial. Hubiese sido mejor concentrarse en sus ausencias para explicar las razones de una conquista esquiva durante tanto tiempo. “Tiene 17 títulos de Grand Slam y es el mejor del mundo, pero aún no lo demuestra con la selección. Además, debe decidir si quiere jugar o no por su país”, habrían escrito algunos en Argentina. Esos mismos lo habrían elevado a las alturas cuando conquistó la Ensaladera del 2014. Me pregunto si para los suizos fue un drama que Roger demorara tanto en decidirse a ganar la Davis.

El problema de Messi es que no es suizo. Si lo fuera, nadie le exigiría que ganara solo. Desde la intransigencia, muchos creen que los logros colectivos deben guardar relación con los individuales. No es así. Como Federer, la ‘Pulga’ ya alcanzó la inmortalidad. No importa si no gana nada con su selección mayor.


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