08.MAY Miércoles, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

De niños, todos o casi todos, hemos soñado con ser superhéroes. De hecho, lo hemos logrado en alguna ocasión. En mi intento por ser el Increíble Hulk, yo rompía bolsas de plástico para demostrar que mi fuerza de 4 años era descomunal. Lo hacía usando ropa vieja que cortaba en retazos para dar la impresión de que ya me había convertido en él, y con el grito rabioso que aquel personaje emite cuando destruye objetos que, en realidad, tienen un par de toneladas más que una bolsa de plástico. Y es que mi intención era convencer a la gente de que yo era el Increíble Hulk y no un imitador de menos de un metro veinte de estatura. La misión de un disfraz o una máscara es ocultar la verdad, una identidad, un rostro. Es la alegoría del secreto que te deja en un completo anonimato. El cosplay, aunque parezca lo mismo, es una forma de mostrarse a través de otra persona: de un personaje. Es la forma de fusionar al personaje y la persona. El arte de apasionarse tanto por un personaje al punto de adoptar su físico y carácter sin ocultar nada. Es lo más parecido a esconderse detrás de una ventana de vidrio transparente frente a miles de personas. El cosplay está desterrando la frase “el tipo del disfraz” y poniendo en la boca de los limeños la palabra ‘cosplayer’, la cual anuncia que la persona no solo está disfrazada, sino que ha adquirido una personalidad distinta, la personalidad de su personaje, de ese con el que se identifica, ese que queríamos imitar cuando éramos niños y que hoy, con la versatilidad y el dinero de un adulto, se puede lograr y llevar a la perfección. Es uno de los pocos artes por el que recibes aplausos por no ser tú mismo, aparentemente, aunque, en el fondo, todos tus anhelos y tu personalidad se vean reflejados en ese acto de ser tú mismo y otro a la vez.


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