08.MAY Miércoles, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Calle Cero; columna editorial de Cheka.

La primera vez que estuve en la procesión del Señor de los Milagros en el Centro de Lima fue la última de mi niñez. No porque yo no quisiera volver, sino porque cada vez se iba haciendo más difícil que alguno de mis familiares me llevara. Todos tenían cosas que atender: sus trabajos, sus empresas o simplemente la distancia de Surco hasta el Centro, que en días de procesión se hacía un lugar impensable para visitar. Aquella vez tenía seis años y nunca más volví a ver el anda. Las tradiciones se van perdiendo siempre por la falta de constancia, por distraernos un poco y mirar hacia el lado equivocado. De vez en cuando, ya de grande, pasaba por la iglesia Las Nazarenas y trataba de reconstruir ese momento en que mi abuelo y yo veíamos, con una mezcla de fe e incomodidad, el anda y el mar de gente de la procesión limeña. No tengo la certeza, pero imagino que las personas que visitaron de niños la procesión solo recuerdan trajes morados, alguien cargándolos y muchas cabezas cubriendo toda la avenida. Mi recuerdo es muy parecido. En esa única vez que visité la procesión de niño, mi abuelo me cargó sobre sus hombros por mucho tiempo, puede que más de tres horas consecutivas. Ahora que lo pienso, tal vez, aunque él no era muy creyente, yo fui un elemento de su penitencia. Nunca lo supe. Solo íbamos siguiendo el anda, y él, como un agente de seguridad, me protegía de la multitud con su cuerpo. Yo me sostenía de su cabeza, aún de cabellos negros, y miraba lo que en ese momento para mí era un paseo, pero que años más tarde comprendí que era la forma de mi abuelo para enseñarme parte de la tradición limeña, aunque eso le cueste un dolor de espalda por las noches. Hoy visito la procesión una vez cada octubre, no es nada cómodo hacerlo, y aunque no soy creyente, hay algo que me emociona al estar ahí, a tal punto de ponerme la piel de gallina. No estoy seguro si es religión o tradición. La única certeza que tengo es que el mejor lugar para ver la procesión es sobre los hombros de mi abuelo.


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