Fiorella Ingrid de la Cruz Maldonado es una mujer que nació en Ica y que actualmente vive en Lima por cuestiones de trabajo. Si bien estar lejos de su familia le causa cierta tristeza y nostalgia, ella no se derrumba: cuenta con su fiel acompañante, su perrita Molly. La considera su hija, dice. Y no exagera.
Si bien Fiorella, no tiene hermanos ni pareja, asegura que no se siente sola. Pues con la compañía de Molly le basta y le sobra.
La perrita estuvo en los momentos más difíciles de su vida. Uno de ellos fue la muerte de su madre, quien luchó arduamente contra el cáncer uterino, pero eventualmente no pudo más y tuvo que decir adiós. “¡¿Cómo no amarla?!”, expresa, mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
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Molly, la verdadera protagonista de esta historia, es una perrita de raza pequinés. Tiene 12 años y “solo le falta hablar”. Cuenta Fiorella que es muy atenta y cooperadora en el hogar. La sigue a todas partes. Incluso la acompaña en los viajes en bus, donde escondida en su casaca, logra dormirse.
Fiorella ama a su mascota y es feliz a su lado, pero hace unas semanas tuvo que afrontar un hecho que le causó una gran tristeza. Molly ya no era la misma: no jugaba y tampoco comía.
Cuando Fiorella llegaba de trabajar, Molly normalmente sabía que era tiempo de ir a pasear una hora al parque. Pero, a causa de su malestar, no reaccionaba en lo absoluto. Fiorella se desesperó y pidió referencias a sus amistades para saber a dónde tenía que llevarla.
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Apenas le dieron las indicaciones respectivas, no dudó en acudir a la clínica de Pancho Cavero, donde le detectaron que padecía ‘piometra’, una enfermedad que causa pus en el útero. Además, tenía una hernia.
La noticia fue de gran impacto. Su madre, una de las personas más importantes de su vida, se había ido a causa de un cáncer al útero, y ahora Molly padecía de algo similar. Fiorella no aguantó y solo atinó a llorar.
Los doctores habían indicado que la única forma de salvar a su mascota era operándola, pero le advirtieron que el riesgo era alto por su edad. Mirar a Molly llena de vida un día y al otro no fue un duro golpe para ella. Sin embargo, las esperanzas le sobraban. Si había una posibilidad de que ella salga bien, la tomaba, y así fue.
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La intervención de Molly fue programada para el día viernes 30 de junio. Un día importante y crucial. Fiorella aguardaba en la sala de espera con cierta impaciencia y temor. Rezaba, se concentraba, rezaba.
La cirugía terminó. El doctor salió y le comentó que Molly luchó hasta el último minuto… y ganó. La noticia no podía ser mejor para Fiorella. No podía contener las lágrimas de felicidad.
Le dieron pase para que ingrese a verla, y mientras sostenía su patita en su mano daba gracias a Dios por lo ocurrido. Su engreída pronto estaría mejor.
Hasta el momento de la entrevista, Molly se encontraba aún en sala de recuperación y Fiorella siempre estaba a su lado.
“Gracias a Dios y a la buena mano de los cirujanos, ella ha quedado muy bien”, señala la dueña, quien esta vez tenía una sonrisa de oreja a oreja.
Ella sabía que la vida le había dado una oportunidad más para ser feliz y disfrutar de la compañía de Molly. No podía estar más agradecida. Su paz estaba de vuelta. No esperaba las horas de regresar a casa con su hija, y así fue.
Molly, con 12 años, juega, corre, come, y no se despega de su mamá.
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