Pablo Vilcachagua
@pablovil
El 20 de octubre Julia Príncipe se despertó sin tener el televisor prendido, un suceso raro ya que siempre amanecía con el ruido de los noticieros. Eran las seis de la mañana y bajó de su dormitorio aún con sueño para preparar la lonchera de Nazareth, la menor de sus dos hijas. Mientras se disponía a freír un pedazo de pollo, su celular comenzó a sonar.
–¿Doctora ya se enteró de la resolución?
MANUAL PARA SERVIR AL PAÍS
En abril de este año, Amelia Julia Príncipe Trujillo cumplió trece años como funcionaria pública. Aún siente los nervios que la invadieron aquella mañana de 2002 cuando se dirigió al Ministerio de Justicia con su currículo bajo el brazo para entrevistarse con el entonces ministro Fernando Olivera. En aquella conversación ayudó mucho que Olivera conociera del trabajo de Hugo, su hermano mayor y ejemplo de vida. “Él es una persona proba a toda cabalidad. El ministro me preguntó si era su hermana”.
Hasta 1985, el narcotraficante Reynaldo Rodríguez López era conocido como el zar de la droga en el Perú por su fortuna y sus redes de poder. Y lo hubiese sido por muchos años más si no se hubiese encontrado en el camino a Hugo Príncipe, entonces un joven juez que encaminó su camino el fin de su mafia.
Volviendo a aquella mañana con Olivera, Julia asintió orgullosa tras la pregunta. Luego vendría una larga espera. Tras otras evaluaciones fue nombrada como Procuradora Anticorrupción de Lima. La menor de cinco hermanos iniciaba su carrera pública enfrentándose a uno de los tres principales problemas del país, según las últimas encuestas: la corrupción.
“Fue durísimo” –recuerda sobre su inicio en el cargo– “los dos primeros meses tuve que trabajar desde mi casa a falta de una oficina donde instalarme”.
Príncipe se mantuvo combatiendo este mal por siete años. Logró consolidar a la Procuraduría como una de las instituciones más temidas por los delincuentes. Consiguió también una oficina, un procurador adjunto y un asistente.
Pero el reto mayor estaría por llegar.
CONTRA TODO
“Mamita Ñaty, Yacya Ñaty, ccoripa tuctun”. Con aquella frase amorosa en quechua y con una mirada enternecedora, Miguel Príncipe solía llamar a la pequeña Julia para llenarla de besos. La futura abogada con solo tres años se desvivía por su padre y, a pesar de que no entendía que él la comparaba con una flor de oro, corría presurosa a su regazo.
Ese es el mayor recuerdo de Julia Príncipe sobre su niñez en Huari, Ancash: “Mi familia me dio mucho amor, crecí en un ambiente lleno de valores, de justicia”.
Esos valores la llevaron a que el 2 de abril de 2009 la entonces ministra de Justicia Rosario Fernández la llamara a su despacho para ofrecerle quizás uno de los cargos más difíciles y peligrosos en todo el país: La Procuraduría Especializada en Lavado de Activos. Tras un silencio de varios segundos, la abogada miró fijamente a la ministra, sonrió, tratando de disimular la sorpresa, y respondió: “¿Por qué no?”.
Sentada en el escritorio de su casa, seis años después de haber tomado aquella decisión, Julia Príncipe hace una pequeña revelación. La mujer que se enfrentó a las mafias más peligrosas del país muestra su única debilidad. “Si mi madre hubiese estado viva, no hubiese aceptado. Habría evitado hacerla pasar momentos difíciles”. La abogada siempre supo a lo que se enfrentaría y no pasó ni un año para que conociese la peor cara de su nuevo cargo. “En agosto de 2009 me llega el caso Rodolfo Orellana y el 2010 pido que se lo comprenda como investigado. Ahí me empiezan a llegar denuncias de él, Benedicto Jiménez y Heriberto Benítez ”.
La vida de Príncipe cambió. Su rostro y nombre comenzaron a cubrir las publicaciones dirigidas por la Red Orellana, como la nefasta revista ‘Juez Justo’ que le dedicó varias portadas difamatorias. Lo mismo en un programa televisivo. Amenazas. Hombres extraños comenzaron a tomar fotografías de su casa. Tuvo que doblar su seguridad y mantenerse pegada al teléfono para saber si sus hijas habían llegado con bien a la universidad y al colegio.
¿Cómo explicarle a dos niñas que su madre tenía que caminar con un chaleco antibalas? Príncipe suelta algunas lágrimas y responde: “Siempre les dije la verdad, que esto iba a ser duro, difícil. Vivía con el amén en la boca hasta verlas conmigo”.
La abogada tuvo que utlizar su peor virtud para sobrevivir: su testarudez la convenció a si misma que iba por el camino correcto.
LA ÚLTIMA BATALLA
El periodista que la llamó temprano aquel 20 de octubre de este año la soprendió con la noticia. Julia Príncipe colgó el celular, terminó de preparar la lonchera para su hija y se dirigió a cambiarse. Conversó unos minutos con su hermano Hugo.
La procuradora había sido cesada de su cargo. Eso indicaba la escueta resolución publicada en El Peruano y firmada por Ollanta Humala.
Su batalla final inició el 8 junio cuando declaró a la prensa sobre una denuncia relacionada con Nadine Heredia. Al día siguiente pidió al fiscal que investigaba los aportes nacionalistas que comprendiera en la investigación por presunto lavado de activos al hermano de la primera dama, Ilan Heredia, a Martín Belaúnde Lossio y que se ampliara la investigación a la financiación de la campaña nacionalista del 2006 porque solo se estaba revisando la del 2011.
Dos días después de sus declaraciones a la prensa le llegó un oficio del Ministerio de Justicia. Querían conocer por qué habló con los medios sin autorización. Educada como siempre, pero con un sabor amargo en la boca, la procuradora envió sus descargos. Nunca antes se le había pedido a algún procurador abstenerse a responder a la prensa.
Nunca obtuvo respuesta.
Lo que siguió fueron incansables ataques del entonces ministro de Justicia Gustavo Adrianzén. Arremetidas que llegaron a su climax con utilizar las denuncias publicadas por Orellana. “Siento pena porque se ha convertido en un impresentable”, menciona Principe sobre aquel ministro que comparó sus declaraciones a la prensa con una suerte de ‘vedetismo’.
No fue ni la red Orellana , ni los casos de Ecoteva, Manuel Burga, Carlos Burgos, Joaquín Ramírez, César Álvarez, Comunicore, los que precipitaron su salida. Tampoco las investigaciones a más de 22 empresas exportadoras de oro. Su cese se dio por declarar sobre la primera dama, soltar palabras acerca de una presunta comisión de lavado de activos.
Julia Príncipe fue por última vez a la Procuraduría de Lavado de Activos el 20 de octubre de 2015, luego de 13 años de trabajar como procuradora. “Lo dí todo, todo”, repite y cómo no creerle. Al llegar a la casona ubicada en San Isidro fue recibida entre aplausos y, a su salida, las lágrimas se repartieron entre la mayoría de trabajadores. ¿Cuántos funcionarios pueden dejar un cargo entre el respeto, dolor y admiración? El próximo 28 de julio lo veremos.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.