13.NOV Miércoles, 2024
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Opinión

“La clave del cambio se está produciendo en los adalides mundiales de la democracia”.

El Perú vivirá buen tiempo encharcado en los impredecibles efectos de la corrupción de políticos y de altos funcionarios por empresas brasileñas. No obstante, en la agenda internacional lo que preocupa es la crisis de los regímenes políticos democráticos (que el socialismo marxista-leninista murió hace décadas es indiscutible, salvo para pequeños grupos marginales; los “socialismos” de Venezuela, Ecuador y Bolivia son, en sus diferentes versiones, regímenes nacionalistas y pretendidamente redistributivos).

El surgimiento de variadas formas de autoritarismo predomina en Oriente y Occidente. China, que hoy, a propósito de las políticas proteccionistas anunciadas por Trump, se presenta como líder de la globalización, es un régimen claramente autoritario, un capitalismo de Estado de partido único. Rusia tiene, para decirlo en breve, un régimen que combina el sistema electoral federativo universal con el autoritarismo.

A esto se suman el crecimiento y la consolidación del autoritarismo en países significativos como Turquía, donde se está modificando la Constitución en pro de un presidencialismo autoritario, y otros sustantivos más regionalmente, como Indonesia, cuyo presidente quiere imponer la ley marcial. Hay que agregar, además, las experiencias de Arabia Saudita, Irán, Argelia…

Sin embargo, la clave del cambio se está produciendo en los adalides mundiales de la democracia representativa: EE.UU. y Europa Occidental. El triunfo de Trump no representa solo la posible crisis del libre comercio –exclusiva preocupación de los hinchas del neoliberalismo–; es también, y sobre todo, el anuncio de una posible crisis de la democracia norteamericana. En Europa Occidental, a la par de la tremenda crisis de la socialdemocracia, los regímenes están amenazados por múltiples formas de autoritarismo y se defienden a duras penas. ¿Y China será, entonces, la nueva estrella del libre comercio y de sus adoradores?

Por todo esto, la pregunta ya es ineludible: después de la democracia, ¿qué?


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