18.ABR Jueves, 2024
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Opinión

“Cuando éramos niños y veíamos la serie de televisión ‘El hombre nuclear’ nunca imaginamos que ese tipo de prótesis sería posible”.

Ese día cantamos la frase entre risas. Estábamos los amigos del colegio en el acogedor Queirolo de Pueblo Libre repasando las anécdotas de siempre y, de pronto, apareció Rivasplata. Silencio total. Alguien a mi lado casi se desmaya. Todos creíamos que estaba muerto. Más de dos décadas atrás habíamos escuchado la noticia sobre el aparatoso accidente automovilístico del oficial FAP Mauricio Rivasplata en la Vía Expresa. Pero no, “estaba de parranda”. Entonces del estupor pasamos a la euforia mientras nos abalanzamos sobre nuestro resucitado.

Él y su historia se convirtieron en el centro de la conversación. Luego de sobrevivir al percance, su madre se lo llevó a los Estados Unidos para iniciar un larguísimo proceso de recuperación o, más precisamente, de reconstrucción. Lo que no pudo superar fue una sordera insalvable, esa ante la que un sensible audífono es inservible. Vivió muchos años dentro de un infinito silencio que no logró amilanarlo, no al final. Ahora estaba conversando con nosotros gracias a los avances de la (controversial) ciencia.

Fue el primer caso de un implante coclear en el Perú. Es una tecnología que reemplaza las funciones del caracol que ha sido dado de baja. Es una prótesis sofisticada que tiene dos componentes. Uno externo, que va sobre la oreja y se pega como imán a la cabeza, dedicado a captar los sonidos y transmitirlos al componente interno que convierte estas señales en estímulos eléctricos que devuelven la función a quienes han perdido el sentido entre 70 a 120 decibeles.

Cuando éramos niños y veíamos la serie de televisión El hombre nuclear nunca imaginamos que ese tipo de prótesis sería posible. Ya existe. Lo imposible es su precio, especialmente para las familias de los niños que tienen ese tipo de sordera. Rivasplata fundó hace un año, con un grupo de madres de familia, una asociación dedicada a atender a esos pacientes postergados, desde el inicial diagnóstico otorrinológico hasta la subvención respectiva. Él sostiene que el Estado apenas adquiere trimestralmente alrededor de 40 implantes cocleares cuando, en la actualidad, hay más de 600 niños sordos esperando. Algo se tiene que hacer.

El 25 de marzo iban a realizar una marcha hacia el Hospital Rebagliati para motivar a los servidores públicos a encontrar la forma de llevar esta compleja y única solución a los más necesitados. Pero se suspendió debido al inclemente calor que nos azota en estos días en la capital. Así que estas líneas intentan ser un llamado de atención a las autoridades y, especialmente, a todos los ciudadanos interesados en apoyar esta iniciativa urgente e imprescindible. Los invito a contagiarse del entusiasmo inmortal de mi amigo Mauricio. Visiten el Facebook de la AICP. Y griten con nosotros. ¡Vamos!


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