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Opinión

“Ante la desgracia de otros, aprovechamos para gritar nuestros pendientes contra empresarios, burócratas, alcaldes, jueces (…)”.

Hace unos días, alguien me decía que me prepare porque a fin de año vienen los incendios más grandes. Lo decía sin estadística en la mano, apenas se trataba de un apurado ejercicio de memoria. Primero fueron los almacenes del Ministerio de Salud, luego la tragedia de Cantagallo. Ahora ardieron los cines de Larcomar. Las investigaciones de este incidente todavía están en curso, pero la ansiedad, naturalmente, nos carcome. Por eso es imprescindible que la prensa guarde prudencia, que trate las hipótesis y los murmullos como lo que son. Buscar la noticia llamativa avivando el morbo colectivo nos va a quemar, tarde o temprano, a todos. En una sociedad en la que predomina la desconfianza entre conciudadanos y abunda la impunidad de los malos funcionarios y autoridades, la veracidad es imprescindible.

En las redes sociales la cosa ha sido, para variar, patética. Cuando no se sabía qué estaba pasando ni había información oficial sobre las víctimas, ya había miles de personas juzgando con certeza absoluta, condenando a unos y otros por todo y por nada. Así, los del cine son miserables, la municipalidad es negligente, Defensa Civil está pintada, los trabajadores de allí son explotados, los periodistas escriben sonseras, los clientes de esos cines son unos miserables, la administración del centro comercial es insensible, esto es una cortina de humo, no, es un atentado para boicotear APEC (!), etc., etc. Hasta corría la “primicia” de que el fuego lo inició un dragón que escupía fuego para una conferencia de prensa que, en realidad, nunca llegó a realizarse.

Sabiendo que son informaciones no confirmadas, las amplificamos. Ante la desgracia de otros, aprovechamos para gritar nuestros pendientes contra empresarios, burócratas, alcaldes, jueces… (y sigue la lista). Nos encanta destruir reputaciones antes de tiempo. Recitamos las parábolas de Cristo mientras tiramos las primeras piedras. Todos estaban escupiéndose mientras la calamidad consumía sin misericordia a cuatro familias de las nuestras. Que mueran Joel, Soledad, Sonia y Ana tan cerca, de forma tan horrible, desmoraliza. Que las reacciones de la gente vengan con tanta mala onda, desmoraliza todavía más. Pareciera que cada desgracia nos motiva a pintar una desgracia mayor de la que nunca nos sentimos parte.

En unos días sabremos verdaderamente qué sucedió y quiénes son los responsables. Sin embargo, nadie se rectificará, todos seguirán muy seguros de que son invulnerables al error, que la maldad anida en el vecino. Ahora toca exigir información oficial y rigurosa para que se sancione ejemplarmente a los responsables. Esperemos que después de estas tragedias se haga más rigurosa la regulación respectiva. Tenemos que reaccionar. Tenemos que romper, por fin, el círculo vicioso de las profecías autocumplidas. Ojalá este sea el último incendio de fin de año.


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