23.ABR Martes, 2024
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Opinión

Un padre regaña a su hijo por haber robado el lápiz de un compañero de escuela. Lo castiga y le dice: “¿Por qué robaste el lápiz? Sabes que basta con que me lo pidas y te puedo traer cuantos quieras”. Con este cuento empieza Dan Ariely a explicar cómo es que las personas logramos relativizar y racionalizar un comportamiento deshonesto. Finalmente, sostiene que cuanto mayor sea la distancia del comportamiento incorrecto y la idea de estar apropiándose de dinero, más fácil es que continuemos sintiéndonos honestos.

He copiado y permitido que copien de mí en los exámenes. Nadie pensaba mal de quien copiaba y, por el contrario, quien no permitía hacerlo era un paria.

Además, el concepto de propiedad intelectual era, y para algunos sigue siendo, totalmente ajeno. Si no, preguntemos por la tesis de cierto candidato.
Sostiene también Ariely, que son pocos los que roban grandes montos y que el mayor costo para la sociedad viene de los cientos, miles, o millones, que realizan pequeños robos fáciles de “justificar” precisamente porque, cuanto más lejos se asocie esa acción incorrecta a la apropiación de dinero, más fácil es: robar un lápiz se percibe muy distinto a robar los dos soles que cuesta.

¿Podríamos decir que algo similar ocurre con la “gran corrupción”? ¿Que como el dinero se recibe de un tercero y no se extrae de los fondos públicos se mediatiza el delito?

Tal vez debamos tener más claro que recibir dinero de una constructora brasileña no significa que una gran empresa generosamente comparte sus ganancias. Significa que ese monto, multiplicado varias veces, se le “roba” a los niños quemados que no podrán recibir las operaciones que necesitan; se roba a los maestros rurales que no tendrán el pago que merecen; se roba a los millones de personas que no tienen agua potable y a las familias que perdieron todo en una catástrofe…


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