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Opinión

Comparados con las potencias de Occidente, los radicales islámicos son militarmente y económicamente enclenques, pero están imponiendo la agenda global. Su fantasma apalanca un tenaz desplazamiento, en el Occidente, desde el centro ideológico hacia la ultraderecha conservadora: Trump en EE.UU., LePen en Francia y Petry en Alemania. Es un desplazamiento imán porque los radicales islámicos son de ultraderecha y están imantando la política del primer mundo hacia su territorio: la amenaza, la violencia, la exacerbación de la ira.

No digo que Occidente no tome medidas radicales contra la infiltración islámica en los flujos migratorios. Digo que la ideología occidental ha sido civilizadora (democracia, individualismo, mercado) y la violencia fue un apoyo. Para el radical, al revés, la violencia es su naturaleza y Occidente ha caído en esta prioridad. Perder la condición de civilizador por la de camorrero es una severa derrota.

La teoría política actual, momificada en el siglo XX, no nos previene de que la ultraizquierda de Castro, Chávez, Kim Jong Il o Xin Ping tanto como los ultraconservadores del primer mundo y los radicales islámicos combaten fundamentalmente por lo mismo: contra la modernidad, la igualdad de género, la multiculturalidad y la libertad individual.

¿Tanto afectan los nimios radicales a los países poderosos? Recuerdo el aleccionador y bello poema de José Watanabe: “De cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial y ardió (…) como si fuera de pólvora (…), acepta: el fuego ya estaba allí, tenso y contenido bajo la corteza esperando tu gesto trivial, tu mataperrada”.


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