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Opinión

En primer lugar, cuando asume la presidencia, existían expectativas muy altas. Se pensaba que con su sola presencia se podía revertir la situación heredada. Más allá de los errores, la economía no es magia ni fe y no depende de una persona. Si así fuera, bastaría colocar en los gobiernos a los más capaces y todo solucionado.

En segundo lugar, la inversión privada venía en caída libre desde 2014. Para crecer hay que invertir. La inversión puede ser privada o pública; la primera representa el 80% del total. Por esa razón, la segunda, sola, no puede reactivar la economía. Sin embargo, sí puede ayudar. Eso explica los recientes anuncios de aumentos en inversión pública.

En tercer lugar, el entorno económico externo no ayuda. China en desaceleración, incertidumbre en los EE.UU. y posibles aumentos de su tasa de interés, la Eurozona en crisis y así sucesivamente. Y se sabe que cada vez que la economía mundial decrece, en Perú ocurre casi lo mismo. Los ciclos de auge y caída de la economía peruana son similares a los de la economía mundial.
En cuarto lugar, sume los problemas políticos, el estilo de gobierno y los escándalos de corrupción y tiene la tormenta perfecta.

Ahora que la población se desencantó y cada vez cree menos, se necesita un “choque o cambio de expectativas” y eso pasa, entre otras cosas, por elevar la inversión pública con pequeños proyectos de alto impacto; de este modo, el gobierno puede volver a conectar con la población. La clave está en no solo pensar en el largo plazo; nadie duda de la necesidad de formalizar la economía, que es uno de los ejes del programa económico. Sin embargo, no tiene efectos de corto plazo. Y esto se relaciona con las encuestas, que muestran que es en los temas de corto plazo en los que no se nota el avance. Pensar antes de decidir qué hacer, sin prisa pero sin pausa, debe marcar el nuevo derrotero.


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