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Opinión

En 2016 un escándalo de corrupción político culminó con un impeachment a la presidenta de un país. También fue noticia la historia de una ex primera dama que permitió a una amiga íntima hacer cosas en su nombre.

Lo anterior no se trata de Dilma Rousseff ni aborda el caso que algunos denominan como el cogobierno de Ollanta Humala-Nadine Heredia en Perú, sino es la reciente historia de la ex presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, quien fue suspendida de su cargo por el Parlamento, hasta que esta decisión sea ratificada o rechazada por el Tribunal Constitucional de ese país. La Sra. Park fue también primera dama cuando su madre falleció y su padre, un dictador, le pidió que asumiera ese rol entre 1974 y 1979.

La hija del autócrata, años después, obtuvo un escaño en el Congreso y luego se lanzó a la Presidencia, años después (¡no nos referimos a Perú!), para luego lanzarse como candidata presidencial por el partido Frente Amplio (¡insistimos, no es Perú, sino Corea del Sur!). Entonces, la Sra. Park, tras las elecciones de 2013, se convirtió en la primera mujer presidenta de su país.

Park cayó luego de una gran presión popular que le exigió al Congreso tomar en serio la acusación de tráfico de influencias, pues se descubrió que le permitió a una amiga cercana usurpar algunas de sus funciones y enriquecerse aprovechando la cercanía a los círculos del poder. Así, su amiga, apodada por la prensa la “Rasputín” surcoreana, está detenida a la espera de juicio mientras se investiga a otros posibles favorecidos por la ex presidenta.

Con algunos tintes de telenovela, la corrupción se extiende (en Corea del Sur y muchos, ¡demasiados países!), y colorín colorado estas historias no han acabado.


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