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Opinión

El coro del himno nacional de Venezuela pregona: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y honor”, y como bien interpreta el politólogo y humorista Laureano Márquez, esta frase representa lo que significó la toma de Caracas del 1 de setiembre (1S): “Hoy es el día de actualizar esta estrofa: la gente de virtud y honor que conforma mayoritariamente el alma nacional sale a la calle a exigir el respeto a la ley. ¿A qué ley? Nada más y nada menos que a la más importante de todas: la Constitución Nacional, en la que dice que el pueblo tiene el derecho a un referéndum revocatorio (RR) si no está satisfecho con el gobierno que tiene”.

Al día siguiente, Maduro visitó la barriada Villa Rosa y fue recibido por el tronar de cacerolas de manifestantes exigiendo el RR. Entonces, golpeó a una ama de casa y tuvo que escapar –con sus escoltas sacando armas–, porque la multitud casi lo lincha “a lo Fuenteovejuna”. Los hechos del 1S y 2S incrementaron el miedo de los esbirros del régimen Castro-Chavista y cuando los psicópatas se radicalizan, al constatar que son minoría, se tornan más peligrosos. Por eso, el gobierno detuvo a Yon Goicoechea, ex líder estudiantil, y a otros opositores, presos políticos torturados en diminutas prisiones.

Las acusaciones de “terrorismo” y “golpismo” contra estudiantes y políticos, inventadas por el ministro del Interior y “Justicia”, Néstor Reverol –acusado de narcotráfico por una Fiscalía de Nueva York–, y por Diosdado Cabello, supuesto líder del grupo narco militar conocido como el Cartel de los Soles, demuestran la crueldad e inmoralidad del régimen.

Y mientras, ¿qué pasa con la voz y voto de los gobiernos de la región en la OEA?


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