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Opinión

A pesar de tener una débil representación parlamentaria, 18 congresistas de 130, PPK asumió con grandes expectativas el 28 de julio de 2016, con la esperanza de mejorar la economía (tras las mediocres cifras del gobierno anterior) y con la intención de darle estabilidad al país.

Presentó un “gabinete de lujo”, la mayoría de ellos destacados tecnócratas. Pero los resultados económicos, políticos y sociales no fueron satisfactorios. El escándalo internacional latinoamericano (Lava Jato) y el fenómeno de El Niño costero afectaron el balance de gestión del presidente. También hubo otros factores: Chinchero, las relaciones Ejecutivo–Legislativo, etc.

La agresiva campaña política de 2016 generó heridas de batalla más profundas de lo calculado; ello debe servir de lección para otros procesos electorales. A pesar de las similitudes programáticas evidentes entre los Fujis y PPK, no hubo una relación fluida entre el Ejecutivo y el Legislativo.

No se pudo desarrollar una agenda y un diálogo armónico entre ambas fuerzas políticas, cada quien se quedó en su trinchera. Se espera que la relación mejore, tras la última reunión entre Keiko y el presidente.

Al final de su primer año, PPK parece haber resuelto dos problemas que lo tenían ocupado: (i) la Contraloría, ahora con un nuevo contralor, hombre de experiencia y de buen currículum, y (ii) el tema de los procuradores que tendrán que nombrar.

Para avanzar en el plano económico, será necesario reducir la conflictividad (en educación, salud y sectores sensibles y prioritarios para el país) como minería, recuperar la confianza del inversionista e impulsar con firmeza los grandes proyectos. Sin avance en estos –aun con una eficiente reconstrucción– el escenario no mejorará para revertir estos últimos mediocres años.


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