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Opinión

Mi primer año como madre fue un desastre. Temía que se me viera poco profesional al confesar que sentía que mis hijos eran mi prioridad en lugar de mi trabajo. Durante ese primer año, temí perder la imagen, que tanto me había costado construir, de ser atractiva para el mercado laboral.

Cinco años después puedo decir que la maternidad ha desarrollado en mí mayores habilidades directivas que aquellas que cualquier MBA puede ofrecer. Para ser madre necesitas paciencia y comprensión. Una debe llamar la atención con el liderazgo necesario para empoderar al otro, para corregir futuros errores o para orientar el horizonte.

Lejos de ser poco productiva, una madre se vuelve mucho más eficiente. Puede resolver varios problemas a la vez en tiempo real y no se permite perder el tiempo en largas reuniones que no llegan a nada. Una madre debe aprovechar el tiempo al máximo. No puede darse el lujo de atrasarse y llegar tarde a casa.
El problema es que los empleadores aún no valoran las capacidades extraordinarias que tenemos las madres. Esa es una de las razones por las que mientras más alto mires en puestos directivos, menos mujeres encuentras. Me parecía muy empático que en entrevistas de trabajo me pregunten cómo estaba dispuesta a lidiar con el rol de madre y el de profesional, hasta que me enteré de que esa es una pregunta que no se la hacen a los hombres.

Por eso, lo que queremos las madres que trabajamos no es que nos hagan una linda celebración en el trabajo o que nos inviten un almuerzo. Queremos que no nos pongan malas caras el resto del año, si algún día tenemos que faltar al trabajo porque nuestros hijos están enfermos. Sin embargo, para cambiar eso, somos nosotras las que debemos sentirnos firmes y no sentir que pedimos un favor, sino un derecho.

La buena noticia es que solo nosotras podemos cambiar esta situación. En nuestras manos está el poder de romper con las inequidades y prejuicios de género que aún están presentes. Mi rol como madre y como ciudadana es no criar hijos machistas.


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