23.ABR Martes, 2024
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Opinión

“La pregunta del millón es si la TV se embruteció porque la gente se embruteció o si la TV embruteció a la gente (y cuánto hubo de retroalimentación en el proceso). ¿La TV se proletarizó?”.

Lamento mucho la partida de Jaime de Althaus: cada día tenemos menos referentes serios y más musculosos descerebrados semidesnudos, concursillos de canto, telenovelas chabacanas y tonteras embrutecedoras por el estilo, en aras de ese falso dios moderno llamado “Rating”. Muy lejanos ya están los días en que tenías un programa de conocimientos, como Vale el Saber, con un caballero como Pablo de Madalengoitia. O un programa infantil que inculcaba valores y modales mientras entretenía, como el “Tío Johnny”. O programas de concursos con ingenio rápido, como Kiko Ledgard. O juiciosos locutores deportivos, que hablaban un perfecto castellano y no gritaban, como Martínez Morosini. O excelentes programas de farándula, que no consistían en enterarse de la vida íntima de algún atorrante huachafo o de alguna promiscueta de poca monta, como los de Pepe Ludmir. O noticieros con peso y sin tanta sangre. O programas de humor con trama y personajes elaborados (“El burócrata”, “La santa paciencia”, “Papá”, “Camotillo”). Hoy todo eso es un anacronismo, un arcaísmo. La pregunta del millón es si la TV se embruteció porque la gente se embruteció o si la TV embruteció a la gente (y cuánto hubo de retroalimentación en el proceso). ¿La TV se proletarizó? ¿O refleja la realidad y antes solo estaba hecha artificialmente para la élite? Y el fenómeno es mundial (pero aquí como que es más agudo).

Tampoco culpo a nadie: no le puedes dar al público masivo lo que no quiere ver. No puedes obligar al lagarto a oler rosas y se tiene que vivir. Pero el gusto –y el cerebro– también pueden educarse. Con Althaus se nos va un tipo sobrio, culto, elegante, reflexivo, que no le huía a los temas serios. Como cuando se murió Raúl Wiener: menos luces en un ya oscuro firmamento.


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