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Opinión

En agosto de 1962, bajo el rigor de un verano inclemente, trabajé durante un mes en Filiates, Grecia. Era un programa de las Naciones Unidas (ONU) para recibir refugiados que huían del totalitarismo albano.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

El amor con ese país fue a primera vista. Tan inexplicable como intenso. Era aún una nación pobre, especialmente en el norte –donde trabajábamos–, pero no una nación en ruinas y mucho menos una nación desesperada. Aún reinaba Constantino y gobernaba una administración sensata y democrática.

Aquella Grecia, no la turística de las islas paradisiacas que no conocí, sino la del mundo rural y los trabajadores urbanos, era un espacio esperanzador. Hoy, luego de la insensatez neoliberal, la tierra madre de nuestra cultura podría inspirar nuevamente a Esquilo o a Sófocles, y hacer que los coros de sus tragedias los entonen la casi totalidad de los griegos.

Saber, por ejemplo, que entre los jóvenes de 16 a 26 años hay un 62% de desocupación, que en junio próximo serán –después de privaciones inauditas– nuevamente insolventes y que no hay ninguna señal esperanzadora en su futuro es, sin duda –pues obedece a la lógica de la supervivencia–, el anuncio de tiempos propicios para la violencia.

Ya están en época de ‘superausteridad’ porque el Estado comienza a eludir el cumplimiento de muchas de sus obligaciones económicas y algunos sectores dejan de pagar sus impuestos. Y, en medio de ese caos, al mejor estilo de aquellas tragedias donde los peores augurios se cumplen, el Gobierno encoge más aún su presupuesto agravando, de este modo, la crisis en que se encuentran y acelerando el casi inevitable abandono del euro.


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