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Mesa Redonda es una repetición en cada Navidad [Crónica]

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El centro comercial más visitado por los limeños en estos días lleva la palabra inseguridad en sus puertas. Un problema que siempre se acomoda a cada año.

Pablo Vilcachagua

Pablo Vilcachagua

@pablovil

Mesa Redonda es una repetición cada Navidad. El centro comercial más visitado en Lima durante esos días es una mezcla de comercio, desorden y miedo. Una infelíz combinación que se reitera cada año.

Faltan ocho días para Nochebuena y un calor insoportable se enfrasca entre las calles Cusco y Andahuaylas, en Mesa Redonda. Allí el ruido convierte a estas calles en una continuación de la avenida Abancay. Los Toribianitos en las radios, el impacto de las luces navideñas, los gritos de los jaladores y los silbatos de los serenos, todos ellos compiten descoordinados por cuál ensordece más. El sonido de las cintas de embalaje despegándose busca ingresar a esta bulla.

A pesar de estar prendidas las pequeñas luces apenas se ven. Árboles navideños blancos y morados se lucen también en los vitrales, confirmando que hace tiempo la fiesta dejó de ser solo verde. Los papeles de color pasto se apilan en las puertas, compartiendo espacio con los nacimientos.

‘Gino Z’ integra este coro desde hace dos años. Con un micrófono y un enorme parlante se para bajo la puerta de la tienda Eber Star –en la cuadra 6 del Jr. Cuzco–a diario. Canta, narra chistes, baila, todo lo que sea necesario para que los compradores suban por es larga escalera que termina en la entrada del local, un enorme almacen de juguetes chinos. El locutor cuenta a Perú21 que disfuta de su trabajo y que –felizmente– no es de los que ha tenido que vestirse de Papa Noel.

En las calles, el juego del gato y el ratón es protagonizado por los vendedores ambulantes y los fiscalizadores municipales. El ciclo de estos ilegales comerciantes se resume en: buscar un lugar donde vender, vender, ser botado, buscar otro sitio donde vender. Así hasta llegar la noche. Los fiscalizadores, unos hombres con chaleco azul, caminan durante el resto del día ahuyentándolos, justificando su salario, pero no encontrando una solución al problema.

Las vitrinas confirman que el año se quedó corto para los creativos de las fábricas de juguetes. Aviones, carros, muñecas, pelotas, castillos y pistolas se repiten también las jugueterías y la novedad parece no existir. No se escucha decir “este es el juguete de esta navidad” y los niños y niñas (sí, hay menores en medio de tanto desorden) se reparten por igual las preferencias. Puestas en fila, los juguetes forman un ejército multicolor.

A pocos metros, en medio de la calle, una muñeca de menos de un metro baila frenéticamente. Es un oasis en medio de las repeticiones, aunque eso también es un decir. Se para y agacha repitiendo el mismo movimiento una y otra vez pero sobre ellla posa el cartel de ‘Mueve el Totó’, en referencia a ese ritmo que ha sonado durante todo el año en las radios limeñas pero del cual nadie se acuerda su intérprete. La muñeca lleva el cabello rubio y con eso basta para compararla con Yahaira Placencia, una cantante que, entre otras cosas, se hizo conocida por bailar perfectamente esa canción.

Túnel sin salida


Jaime Peraza es uno de los más de diez estibadores que espera en la plaza Santa Catalina. Su trabajo es trasladar los enormes bultos de los compradores y para eso se sirve de una carreta de madera que ocupa un tercio de la estrecha pista del jirón Cusco. Jaime es un trabajador formal y pertenece a una asociación registrada ante la Municipalidad de Lima.

Pero al igual que los vendedores ambulantes, Jaime forma parte del problema.
En 2001 la intersección de las calles Andahuaylas y Cusco fue el infierno. Cerca de 300 personas perdieron la vida en un incendio que parecen haber olvidado todos en este centro comercial. Si bien ahora no parece haber rastro de los pirotécnicos que ocasionaron el desastre, sí el desorden y la informalidad gritan al público que algo malo va a ocurrir pronto.

En la actualidad, imaginar un escape ordenado y rápido en una emergencia es una utopía. Los viejos y enredados cables eléctricos, cual telarañas en las paredes, parecen ser señales de muerte y dentro de las galerías los extintores parecen escondidos entre tanta mercadería.

Pero en Mesa Redonda parece que nadie se quiere dar cuenta de eso, prefieren repetir los problemas.

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