Carlos Bernuy Flores
Las calles que separaban la casa de Gianfranco Espejo del club Sporting Cristal se hicieron largas. Demasiado largas, con una mañana fría y los sollozos de quienes se les partió el alma con su muerte. El féretro color marrón, con la bandera celeste encima, descansó en La Florida rodeado de tres juveniles de Cristal a cada lado. Juveniles, como en algún momento lo fue Espejo. El joven que a los 23 años nos tomó la delantera.
“Fortaleza”, dijo el padre mientras recordaba en el evangelio que Gianfranco y su novia, Pierina Pérez, estaban vivos en la vida que nos prometió Dios. Y con la misa llegó la oración y con ella el pesar de sus familiares, amigos, compañeros e hinchas. “Gianfranco Espejo, celeste hoy y siempre”, rezaba la gigantografía a la entrada de la improvisada parroquia. “Espejo no se va”, gritaba el “Extremo Celeste” que acompañó cuadras y cuadras el cortejo fúnebre.
Y entonces a las 11:13 a.m. llegó la otra parte del corazón de Gianfranco. El ataúd blanco de Pierina se le unió en la Florida y con él todo el pesar. Como el del padre de la joven, un brigadier de la Policía que no dejó de llorar y de mostrar una camiseta roja de Juan Aurich con el número ocho, aquel que llevaba quien cuidaba a su tesoro.
La madre de Pierina no pudo contenerse. Tomó el retrato de Gianfranco y Pierina sonriendo en una playa y dejó salir su dolor. “Esta es nuestra hermosa niña y a su lado quien fue un hijo para nosotros”, señaló antes de volver a dejarse llevar por las lágrimas. A continuación ambos féretros se juntaron y empezaron el largo paseo por La Florida.
La cancha de entrenamiento, esa donde Gianfranco peleaba por un puesto en el equipo. Allí donde se mandó una pelota hasta el cielo y las palmas reventaron las manos. “Espejo no se va, no se va”, gritaba el “Chorri” Palacios cual barrista de su amigo, mientras las lágrimas le inundaban el rostro.
Luego vino la despedida de los camarines, donde más de una vez hizo una broma, y finalmente el comedor con los almuerzos de concentración. Allí terminó todo. Gianfranco se despidió de casa. Y como nunca, su casa quedaba en silencio.
EL ÚLTIMO ADIOS. El ascenso al cementerio Jardines de la Paz fue lento. Cada metro recorrido eran mil en el corazón de los que amaron a Gianfranco Espejo. No querían llegar. No querían verlo en la tierra. Pero tuvieron que aceptarlo. Desde sus padres hasta los de Pierina Pérez, que lo iba a acompañar en el descanso eterno.
Igual sentimiento compartían compañeros como Erick Delgado, Walter Vílchez, Luis Advíncula y varios juveniles celestes. Su técnico Juan Reynoso. Rivales como los jugadores de Alianza y Universitario, pero sobretodo su madre. El ser que le dio la vida hoy lo acompañaba en la muerte, y no se resignaba.
“Espérame que ya voy”!, ¡Gianfranco, mi niño!, ¡No puede ser!, ¡Esto no puede ser!”, gritaba la señora acompañada de su hermana. Ambas querían descender con el ataúd hasta el corazón de la tierra. Ambas encontraron cobijo en el escudo celeste, obsequio de la dirigencia.
Mientras el ataúd descendía lentamente, cada jugador y compañero lo recordaba con el corazón. “Tuve la suerte de jugar la Copa Libertadores en Aurich. Era un jugador sencillo, humilde”, dijo Juan Carlos La Rosa. Renzo Sheput fue más breve. “Un compañero y un amigo”, dijo.
Momentos antes, el tío del jugador había plasmado en palabras el amor del futbolista hacia su club. “Invoco a los jugadores a que defiendan la camiseta de Cristal como Gianfranco lo supo hacer. El amor de sus amores fue la celeste. De ahora en adelante, los jugadores de Cristal saldrán a ganar con dos goles o más. Para mí, este es un dolor más profundo”, finalizó.
Hasta que ya no hubo pausa y los ataúdes descendieron. Gianfranco Espejo y Pierina Pérez, seguramente en un mundo que aún no podemos ver, juntaron sus manos y caminaron. Aquí en la tierra sabemos que algún día los alcanzaremos.