Pese a que los nuevos balnearios seducen cada temporada a los veraneantes, aún están los viajeros que recurren a los viejos hábitos, esos que son imposibles de quitar de la memoria.
Por eso, muchos amantes del sol eterno vuelven siempre a Huanchaco y a Pimentel, dos destinos clásicos del norte, donde el visitante puede disfrutar del cielo despejado, de un mar eternamente azul, de su buena comida y de sus inolvidables atardeceres.
Huanchaco (La Libertad) ofrece a los veraneantes tardes surfeando en los caballitos de totora, esos que la familia Huamanchumo, herederos de la cultura Moche, utilizan todos los días –desde los años 50– para llevar pescado fresco a los restaurantes del balneario.
Ni qué decir de los sobrios hoteles que alberga para quienes desean disfrutar de una noche con el sonido y la brisa del mar. Existen entonces innumerables razones para visitar Huanchaco, al menos una vez en la vida.
MÁS AL NORTE. Lo mismo ocurre con Pimentel (Lambayeque), un balneario con hermosas casonas, amplios jardines y un idílico malecón que lleva hacia su antiguo y largo muelle, sitio ideal para la foto del recuerdo al atardecer.
Desde allí también se puede apreciar la pesca en caballitos de totora y a los surfistas que doman las olas del océano. Muy cerca se ubican los lugares arqueológicos conocidos como Huaca Agujereada (hacia el norte de la playa) y Huaca Blanca (hacia el sur).
Aunque la infraestructura turística de la zona aún tiene mucho por mejorar, Pimentel ya cuenta con hoteles de gran nivel para acoger a los viajeros más exigentes.
Uno de ellos es Puerto del Sol, el único ubicado frente al mar de la costa lambayecana, ideal para el relax, la contemplación de bellos atardeceres y la práctica de deportes de aventura. Sus directivos están trabajando en el mejoramiento de los atractivos turísticos, como el muelle, la estación del ferrocarril y la iluminación del bulevar.