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Avatar: Muchas ínfulas para una película más

Jueves 24 de diciembre del 2009 | 08:16

Este filme marca el retorno de James Cameron –el de Titanic– a la realización fílmica.

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Por Alonso Izaguirre

A grandes rasgos: Corporación llega a nuevo planeta para extraer valioso mineral. Los nativos del lugar no quieren salir y, entonces, Empresa recurre a militares para reventar a medio mundo y quedarse con el tesoro. En el camino, Soldado infiltrado a través de un avatar se enamora de extraterrestre Na’vi. La cosa se complica.

Se dijo que Avatar sería una película ‘revolucionaria’. ¿Por dónde? De lo tecnológico tal vez, porque el cineasta James Cameron esperó más de 10 años para que la tecnología alcanzase los niveles esperados para su proyecto.

Pero que una serie de lugares comunes –el proceso de identificación con otra cultura a través de un lazo sentimental– y de palabrería ‘new age’ incluidos en un argumento de simpleza infantil nos sean vendidos como lo último del cine, no pues.

TRADICIONAL. Lo más curioso es ese conservadurismo que aflora en el tratamiento de la relación entre el marine y la Navi, un acercamiento de tintes adolescentes donde la pureza e inocencia con reminiscencias a Disney tocan las fibras para el llanto del espectador.

Con Avatar, el tema es así: entretenimiento puro. Impresionante trabajo de diseño de producción, imaginación desbordante y fantasía al límite –la secuencia de las islas flotantes es una de las mejores que se haya visto en mucho tiempo–. Pero no deja de inquietar que el discurso pro-ambientalista sea usado –es decir, explotado con fines de lucro– dentro de un paquete de cine de evasión trabajado con la ligereza de una pluma.

Lo ambiental, un tema crítico, ¿no se merecía un mejor guión en momentos en los que queda claro que a la corporatocracia mundial le importa muy poco lo que suceda con la contaminación y destrucción del planeta?